Actualidad
20-06-2024
Libros que alimentan nuestra imaginación
Por Fanuel Hanán Díaz
Para todos aquellos que amamos los libros, resulta difícil explicar de una manera racional algunos efectos que ellos han tenido en nuestra vida. La lectura, además de enriquecer el vocabulario, desarrollar estrategias inteligentes o garantizar la consecución exitosa de una carrera profesional, nutre y vivifica dimensiones intangibles que nos hacen, indudablemente, más humanos y creativos. ¿Cómo los libros contribuyen a construir la imaginación?
Existen muchas imágenes asociadas a la metáfora de los mundos imaginarios que los libros contienen, como aquella de los personajes de ficción que se escapan de las páginas de un libro o la de los escenarios imaginarios que el lector absorto va ideando a medida que vive las aventuras de un relato. Esencialmente, ellas dan cuenta de ese proceso automático que fluye como un río subterráneo en la medida que conectamos con un mundo de ficción. Del modo como los libros permiten enriquecer las geografías imaginarias y elaborar imágenes de personajes, lugares y objetos que nunca han existido.
Desde los entrañables cuentos de hadas a las historias más realistas, la literatura consolida un abanico infinito de lugares y personajes, especialmente en las coordenadas de lo fantástico, de lo increíble y lo extraño. Seres de agua, que juguetean entre bosques de algas o amenazan con sus cuerpos gigantescos a incautos navegantes; seres de las profundidades que se ocultan en oscuras cavernas y escupen fuego o acechan con sus ojos luminosos; seres de aire, que despliegan sus alas en vuelo hacia las altas cumbres o remontan hacia lugares muy lejanos, todos ellos son apenas algunos de los personajes que pueblan esa geografía inagotable de la fantasía. Bosques milenarios, abismos silenciosos, cumbres nevadas, desiertos candentes, profundidades marinas, planetas desolados, selvas impenetrables e islas solitarias apenas vislumbran los incontables escenarios que son posibles en la ficción.
Aún en las coordenadas más realistas, la literatura tiene el poder de regalarle al lector pequeños dramas que hablan de la intensidad de la vida; personajes profundos que sufren, que sueñan y tienen deseos; recorridos penosos o amables hacia el destino de cada individuo; espacios propios y ajenos, que delinean ciudades, habitaciones, calles… De cualquier modo, todos estos contenidos van fluyendo al cauce de la imaginación, lo alimentan y lo hacen crecer.
Sin duda, la literatura ofrece una fuente inagotable para construir el imaginario de los lectores, les garantiza no sólo una experiencia emocionante, un viaje o un pasaporte a otro lugar, sino también formas de dialogar con otros seres, pasajes a lugares que nunca ha visitado, abundantes imágenes y sensaciones nuevas, vívidas y penetrantes.
Cada libro que leemos nos transforma. Cada libro que abrimos no sólo deja una experiencia finita al cerrar sus páginas, sino que queda abierto para siempre en nuestro interior.
¿Y vale la pena que el ser humano tenga esta capacidad infinita de imaginar? ¿Para qué sirve la fantasía? Una respuesta contundente podría ser: para transformar la realidad. La imaginación es quizás el salvavidas más seguro para sobrevivir ante los embates del entorno, y una destreza insustituible para crear soluciones a muchos problemas de la existencia, para empujar los límites del conocimiento, para abrir fronteras al bienestar común. La fantasía no solo se manifiesta en los producciones estéticas o intelectuales, sino en la enorme capacidad que tiene el ser humano para avanzar en los descubrimientos científicos: para prolongar la vida, para erradicar el hambre o asumir proyectos que a simple vista parecieran irrealizables. La fantasía y la imaginación son fuerzas creadoras, necesarias y útiles para soñar más allá de los límites.
Entre las palabras enigmáticas del español se encuentra quimera, cuya definición se refiere a aquello que la imaginación se plantea como posible, aunque no lo sea. De estas quimeras está hecha la literatura y de ellas se han nutrido los sueños de los idealistas, pero también el deseo de encontrar un lugar habitable en el firmamento, las ideas que hicieron surgir los inventos que han revolucionado el mundo y las soluciones que han inquietado al ser humano para construir un mundo mejor.
Dejemos que los libros pueblen la imaginación de los lectores, los hagan más generosos e inquietos, capaces de idear sus propias quimeras.